ARQUITECTURA

Otto Wulff, una indescifrable fábula de piedra en pleno Monserrat

Nos adentramos en la historia de este singular edificio lleno de misterios, que está ubicado en la intersección de Avenida Belgrano y Perú, en el barrio de Monserrat.

La ciudad cuenta con joyas arquitectónicas de gran valor patrimonial. Pero algunas, además, parecería que quieren contarnos algo. Tal es el caso del Otto Wulff, emplazado en la intersección de Avenida Belgrano y Perú, en el barrio de Monserrat. ¿Qué mensajes implícitos se pueden leer en su fachada?

Desde su origen se proyectó como espacio de poder y, para su construcción, el empresario alemán Wulff contrató al arquitecto danés Morten F. Rönnow y a los ingenieros holandeses Pieter Jacobus Dirks y Willem Hendrik Johannes Dates.

Más que un edificio de exquisita categoría edilicia del art noveau en clave germana, podría considerarse una fábula de hormigón, un cuento de piedra de aparente indescifrable lectura.

En su fachada acechan los 680 ojos de un bestiario creado a imagen y semejanza de su autor. Cóndores, querubines, insectos, serpientes, lechuzas y pingüinos, pero también dioses y calaveras parecen mirarnos si nos colocamos en la esquina opuesta.

Quien ha contabilizado y analizado cada uno de los símbolos presentes en el lúgubre frente del edificio inaugurado en 1914 es el arquitecto Fernando Lorenzi, a quien consulté para que me ayude a descifrar los símbolos encriptados y las alegorías desplegadas en los 3.527 m2 de las fachadas.

Según Lorenzi, los atlantes -esos hombres fornidos que parecen sostener el edificio- fueron esculpidos en Europa por un maestro de la Escuela de Viena, Franz Metzner, y simbolizan los oficios de las cofradías de la construcción.

Parece ser que los grados de la masonería conservan los tres grados de gremios de artesanos medievales, los de Aprendiz, Viajero o compañero y Maestro Masón, que universalmente se lo reconoce en Tubal Cain, que enseña todos los oficios a Hiram Habbif, constructor del templo del Rey Salomón donde el mito dice que se edifica para resguardar el arca de la triple alianza, fuente infinita de poder.

Además, el edificio reúne todos los símbolos de la secta Illuminati, hoy llamada Cabal: la lengua flamígera, el mochuelo de Minerva, el ojo panóptico, a Lucifer representado en Baphomet y el ouroboros, entre otros.

En su fachada acechan los 680 ojos de un bestiario creado a imagen y semejanza de su autor. Cóndores, querubines, insectos, serpientes, lechuzas y pingüinos, pero también dioses y calaveras parecen mirarnos si nos colocamos en la esquina opuesta.

Es un repertorio interminable que conjuga mitologías griega, egipcia, celta, guaraní, hermética, de la geometría sagrada, hindú y portuguesa manuelista en un intento de sincretismo que tiene por objeto conciliar creencias de diversas culturas.

Además, el lugar donde hoy se emplaza el edificio de cúpulas gemelas tiene mucha historia para contar porque antes de su construcción, allí estuvo emplazada la casa de la "Virreina Vieja", segunda esposa de Virrey del Pino, justamente donde se enfrentaron ingleses y criollos durante la segunda invasión inglesa.

Ciertamente, el solar y la casa fueron escenario de una de las acciones más sangrientas de la Segunda Invasión Inglesa el 5 de julio de 1807, cuando el regimiento Highlander 71 escocés, al mando del teniente Cadogan, invadió la finca durante el lapso en que moraban la virreina viuda Rafaela Vera Mujica con sus hijos.

Ese encuentro armado definió la Reconquista de Buenos Aires. Y fue precisamente allí que, al día siguiente, fueran fusilados ciento dos soldados ingleses acorralados en el patio. Treinta y ocho escoceses, en cambio, saquearon los roperos de la virreina y lograron escapar travestidos con su ropa y maquillaje.

El lugar donde hoy se emplaza el edificio de cúpulas gemelas tiene mucha historia para contar porque antes de su construcción, allí estuvo emplazada la casa de la "Virreina Vieja", segunda esposa de Virrey del Pino, justamente donde se enfrentaron ingleses y criollos durante la segunda invasión inglesa.

Volviendo al siglo XX, llama la atención que los dueños de estas obras que exhiben sin pudor su poderío, mueran trágicamente o antes de tiempo. Coincidencia o no, en el año 1922, con días de diferencia, fallecen Luis Barolo y el empresario Wulff, autores de los dos edificios mas altos de la Reina Plata en su tiempo.

¿Enojo de los dioses por querer acercarse al cosmos con sus cúpulas? Nunca lo sabremos.

Se llevaron con ellos los secretos que encierran las paredes, revelando apenas a través de los ornamentos una especie de ruta de conocimientos que exige del espectador introducirse en los significados de los signos.

Poder descifrar la simbología de estos gigantes de hormigón nos pone en un camino iniciático hacia el infinito de la verdad universal.

* Mariela Blanco es periodista y autora del libro Leyendas de ladrillos y adoquines

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