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Las playas de África son la nueva meca para los amantes del surf

Se presenta en Ciudad del Cabo el libro ‘Afro Surf', una exhaustiva revisión de la cultura en torno a este deporte acuático del continente, que reivindica sus playas y un estilo de vida genuino y alejado de la visión occidental de estilo californiano, y aspira a ayudar a potenciar su desarrollo económico

(Nota publicada en El País)

A las once en punto de la mañana abre sus puertas una nueva tienda en el 107 de la calle Bree, en el centro de Ciudad del Cabo. Entre un restaurante de tapas de aire español donde suenan los Gipsy Kings y otro de hamburguesas y langostas -lo deja claro el nombre: Burgers & Lobsters- se inaugura la pop-up store, es decir, una tienda temporal, de Mami Wata, marca orgullosamente sudafricana de ropa y material de surf.

Un cartel en la puerta anuncia el evento, y unas escaleras de madera conducen a una planta superior donde suena más música (ya no son los Gipsy Kings) y donde Nick Dutton saluda a sus invitados. Él es cofundador y CEO de la empresa y hoy presenta su nueva criatura, que no tiene nada que ver con los productos que habitualmente maneja. Esta vez se trata de un libro, de título Afro Surf, que es un compendio de artículos, entrevistas, ilustraciones, fotografías, cómics y hasta recetas de cocina, ¿por qué no?, para el que han colaborado más de 50 profesionales de la cámara y de la pluma. Un kilo y medio de peso y más de 300 páginas que encierran la cultura surf de 18 países de África.

Esta obra se presenta como una alternativa a la narrativa occidental, una manera de encumbrar la historia única del continente y de este deporte a través de las expresiones propias de la cultura indígena del surf en lo que los autores consideran "su última frontera". "El surf y la protección de estos recursos naturales, económicos y sociales jugarán un papel importante en el desarrollo del continente", reza la presentación.

Dutton es contundente: "Es el primer libro que documenta de forma exhaustiva la cultura surf del continente", indica. "Habla de la cultura emergente, que es muy distinta a la de cualquier parte del mundo, e intentamos explicar los factores e influencias que se han dado para ello".

ural, pero ahora la industria es muy corporativa, y creo que lo que estamos buscando es mostrar que existe un movimiento emergente en África que no se corresponde con esa visión corporativa", asevera.

El empresario ha impulsado este proyecto con el resto de los fundadores de la marca, pesos pesados en el mundo editorial y del arte. El diseño, repleto de imágenes, figuras y tipografías de vivos colores, ha corrido a cargo de Piet Pienaar, controvertido artista de performance sudafricano que, entre otros méritos, es coeditor y diseñador de Afro Magazine, una revista cuyo objetivo es celebrar la creatividad de los artistas del continente.

También ha dejado su impronta Selema Makesela, periodista, productor y comentarista deportivo. "La cultura africana redefinirá la forma de percibir la actividad conocida como surf y el estilo de vida que conlleva. Es la de un continente con una costa más accesible que cualquier otro lugar del planeta, habitado por personas con ricas culturas indígenas, con tradiciones que se han transmitido durante miles de años y también nuevas influencias que llegan a través del wifi en apenas unos minutos. Es único y lo puedes sentir. Y lo va a cambiar todo", escribe en las primeras páginas del libro.

La tienda estará abierta durante tan solo un par de horas. Dutton, Makesela y Pienaar, que también anda por ahí -imposible no verlo dada su envergadura de exjugador de rugby-, han hecho una buena campaña a través de redes sociales, principalmente Instagram. Parece estar dando sus frutos, porque no ha pasado ni media hora desde la apertura y el pequeño espacio ya cuenta con una decena de clientes acompañados de sus niños y mascotas correspondientes. Por la manera de saludarse, parece que la mayoría ya se conocen de antes.

En un lateral del espacio se encuentran los protagonistas: un centenar o quizá más de libros listos para ser comprados. Quien se lo lleve durante las dos horas que va a durar esta reunión ganará, además, un paquete de pegatinas gratis con imágenes icónicas de la marca y también puede participar en un concurso aparentemente sencillo: tomar una foto graciosa y original de un póster con la portada del libro -un boxeador subido a una tabla de surf, todo de colores chillones y purpurina- y subirla a las redes sociales. El agraciado ganador se lleva el susodicho lienzo, de casi metro y medio de altura, y una tabla de surf. ¿Envían a domicilio, por ejemplo... España? "Podemos estudiarlo", responde un Dutton algo apurado. Mientras, Michael February surfista local de fama internacional, se deja hacer fotos sosteniendo el libro.

Afro Surf ha sido posible gracias a los 90.000 euros aportados por casi 1.200 personas que apostaron por el proyecto a través de la plataforma Quickstarter. Ahora el libro, de edición limitada, cuesta 900 rands, unos 50 euros al cambio. Es un precio que pocos pueden permitirse pagar en un país con un 23% de desempleo en el que la distribución de los ingresos está concentrada en el 20% más rico de la población, según el Fondo Monetario Internacional. Pero ese coste es por una buena causa: los beneficios se destinan íntegramente a dos organizaciones sin ánimo de lucro: una es Surfers not Street Children (Surferos, no niños de la calle) y la otra es Waves for Change (Olas por el cambio), que busca mejorar la salud mental de niños, adolescentes y adultos a través de la práctica del surf.

La covid-19 no ha interrumpido la práctica de este deporte, más bien al contrario. "El número de surfistas se ha incrementado mucho desde el inicio de la pandemia porque es una actividad al aire libre, así que nuestras ventas están siendo las más altas desde que empezamos en tablas y trajes de neopreno porque la gente no puede ir al gimnasio ahora y quieren experimentar cosas diferentes", asegura Dutton.

A 20 minutos en coche de Ciudad del Cabo, se palpa todo lo que quiere contar el libro Afro Surf. Cae la tarde ya, el sol no calienta demasiado pese a que Sudáfrica está entrando en la estación veraniega, pero esto no resta las ganas de ir a la playa. En concreto, a la de Muizenberg, uno de los enclaves surfistas de la península del Cabo. En tierra, cafeterías y comercios de estética moderna, hipster. En la playa, familias con niños y sin ellos, grupos de amigos pasando la tarde y paseando por la orilla. Los espacios dentro del agua se reparten equitativamente: a lo lejos, hacia el este, más de 20 cometas de kite surf, deporte más nuevo, más de moda. Un poco más cerca, los bañistas corrientes y molientes. Y al final de la playa, pegados al pueblo, una docena de surfistas a remojo cogiendo unas olas orilleras más adecuadas para principiantes en la materia. Dos de ellos son Atyab y su amigo Yusuf, de 25 años y analistas de datos ambos. "Es mi cuarta sesión, pero se me ha dado bastante bien", asegura el primero mientras el compañero asiente con la cabeza.

Cuentan que empezaron hace poco, y apoyan esa tesis de que la pandemia ha arrojado a más gente al mar, en el buen sentido, para practicar deportes como este. "Soy analista de datos y paso mucho tiempo sentado delante del ordenador" justifica Atyab. La razón de Yusuf es bien distinta. Con el neopreno bajado hasta la cintura, se señala los brazos y bromea: "A las chicas les gustan los cuerpos de los surfistas; ponlo en el artículo".

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